narcotráfico

La ciencia del narco vs la pseudociencia del gobierno mexicano

science José Luis Del Toro Estrada no era el integrante típico del cártel de Los Zetas: no utilizaba armas para controlar un territorio dado ni se encargaba de traficar distintos tipos de mercancía. A pesar de ello, su trabajo fue la piedra angular para el crecimiento del cártel mexicano. “Él no era un asesino. Era un geek, un técnico”, dice un ex agente federal de narcóticos de Estados Unidos en entrevista con la revista Popular Science. Tanto así que ése mismo era su apodo: Técnico.

En 2004 Del Toro comenzó a montar una red de transmisión de radio para asegurar la comunicación propia de Los Zetas, espiar a otros cárteles y vigilar a la policía. Para hacerlo, estandarizó una receta que seguiría al pie de la letra en muchas ciudades y pueblos a lo largo de México. Técnico empezaba por rastrear las frecuencias de radio de una zona; así lograba conocer las frecuencias que utilizaba la policía, las que pertenecían a sitios de taxi u otros negocios y las que estaban libres. El siguiente paso era conectar una antena del cártel a las torres de radio ya establecidas en la ciudad. Pero una antena no parecía suficiente para toda una ciudad. Con las habilidades que le habían otorgado su sobrenombre, Técnico modificaba los aparatos que amplían el rango de las frecuencias –llamados repetidores– de compañías como Nextel para que también repitieran aquellas utilizadas por Los Zetas.

Desde 2006 el cártel mexicano expandió esta red de comunicación por radio a lo largo de la frontera norte, después la frontera sur y posteriormente en el interior de la República Mexicana. Esto, claro, no sin inconvenientes: falta de antenas, fuentes de energía y un pobre almacenamiento de la misma se apilaban sobre otros problemas como colocar las antenas y repetidores fuera de la vista de la policía. No obstante, Técnico y su equipo lograron construir antenas en la punta de montañas y volcanes del estado de Veracruz, camuflándolas con la selva espesa y enmarañada. Para conseguir la energía necesaria, Del Toro instaló paneles fotovoltaicos que utilizaran energía solar y la almacenaran en baterías de coches. Para 2008 todo México era territorio radio Zeta.

El gobierno federal no pensaba quedarse atrás: el mismo año que Técnico comenzó a formar su red de radiotransmisión, la Procuraduría General de la República, a través de la distribuidora mexicana Segtec, compró a la empresa Global Technical LTD un aparato con el nombre de GT200. Este dispositivo, cuyo costo individual supera los 400 mil pesos, llegó como un festín en tiempos de hambruna: un detector molecular de uso fácil que prometía localizar armas, drogas y explosivos. Tan grande era su promesa que para 2010 la Secretaría de la Defensa Nacional había adquirido más de 700 de estos aparatos. Los GT200 hacían su parte en la lucha en contra del narcotráfico, distinguiendo a los criminales del resto de los ciudadanos. Pero para la mala suerte del gobierno mexicano, el GT200 no era más que un fraude. Uno muy fácil de descubrir.

El detector molecular consiste de una pequeña caja del tamaño de una cartera –llamada lector de tarjetas– de la cual sale un tubo por el que se sujeta. De su extremo sale una antena, parecida a las que utilizan todavía algunos televisores, cuya función es indicar dónde se ocultan los gramos de cocaína, cuernos de chivo o granadas. No utiliza baterías ni debe conectarse a ninguna fuente de poder para funcionar. He aquí el error. Es físicamente imposible que un aparato que no trabaja con energía, y no puede enviar ninguna señal, detecte materia (como drogas, armas y explosivos) que tampoco envía señales hacia él.

Según la Secretaría de Educación Pública de México, cualquier persona que haya terminado la secundaria debió de “avanzar en la comprensión de las propiedades de la materia y sus interacciones con la energía, así como en la identificación de cambios cuantificables y predecibles”. Es decir, cualquier mexicano que haya terminado la secundaria debió ser capaz de desenmascarar al GT200 como un fraude y saber que se basa en el mismo funcionamiento que tiene la Ouija: los movimientos azarosos del pulso de una mano.

En octubre de 2011 los investigadores Luis Mochán y Alejandro Ramírez, del Instituto de Ciencias Físicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, realizaron un peritaje al GT200 y expusieron el timo. “En cierto sentido, el problema no es con este aparato”, mencionó en su momento el doctor Mochán a la Asociación de Ciencia de Morelos, “sino con el hecho de generar una cultura científica, de recurrir a la ciencia y apoyarse en ella cuando se necesite”. Y es que el mecanismo del aparato es inverosímil; en realidad está hueco y ni siquiera hay un intento por aparentar que posee un funcionamiento real. Lamentablemente, para estas fechas ya se habían autorizado más de 1250 cateos ilegales a causa del detector molecular. Para el indígena mixteco Ernesto Cayetano, por ejemplo, haber sido señalado por la antena del GT200 le valió la prisión. Gracias al peritaje de Mochán y Ramírez, Ernesto salió libre y los creadores de este diabólico aparato ahora se encuentran presos en Inglaterra, donde se ubica su compañía.

Pero no basta con que los científicos acusen al GT200 de fraude. Por eso, Luis y Alejandro idearon un experimento. Para saber si el detector realmente encuentra drogas o armas o si sólo mueve su antena según lo que dicte la mano de su operador, es necesario que el mismo operador y el observador (en este caso, los investigadores) no influyan en la medición hecha por el aparato. Este tipo de experimentos se conoce como “doble ciego”. Luis y Alejandro, con la ayuda de operadores oficiales del ejército mexicano, dividieron el experimento en dos etapas: una de calibración y otra de búsqueda.

En la primera, un soldado encargado de colocar una muestra –un paquete de anfetaminas o un paquete con cuatro balas– elegía una de ocho cajas idénticas colocadas dentro de un salón de baile vacío, propiedad de la Academia Mexicana de Ciencias, y escondía la muestra dentro de ella. Otro soldado, encargado de operar el GT200, entraba al salón de baile a sabiendas de cuál caja contenía la muestra. Este experimento se repitió ocho veces y, en cada una de ellas, la antena del GT200 señaló la caja correcta. El detector parecía funcionar a la perfección.

La segunda etapa pondría a prueba al detector. De nueva cuenta, el primer soldado colocó una muestra dentro de una de las ocho cajas que había dentro del salón de baile y salió del recinto. El operador, con su GT200 en mano, entró al salón, pero ahora sin saber en cuál caja estaba la muestra. Tras repetir este experimento 20 veces, el detector sólo señaló la caja correcta tres de ellas, y fue entonces que se descubrió el engaño.

Los Zetas, un grupo de ex militares entrenados y formados en México sólo necesitaron de un Técnico para montar una de las redes de comunicación más eficientes y con el mejor costo-beneficio que cualquier organización, criminal o no, ha instalado en el país. El gobierno, en cambio, gastó más de 280 millones de pesos en un timo de dimensiones diabólicas.

¿Cuál es la diferencia entre la autoridad mexicana y el crimen organizado? La que brinca a la mente en este momento es su cultura científica. Los Zetas no necesitaron ser expertos en ciencia aplicada o tecnología; simplemente se dieron cuenta de qué tan valioso es tener a alguien con conocimientos especializados que trabajara a su lado para obtener una solución sencilla y barata a un problema concreto.

Nuestros gobernantes, al igual que el cártel, no necesitan tener un doctorado en ciencias para darse cuenta de que la ciencia se encuentra en su vida diaria, que debe formar parte de sus discusiones, que es válido preguntar y asesorarse. En conclusión, que la ciencia es cultura, una manera de ver y entender el mundo y, mientras mejor se conozca, mejor nos permitirá trabajar, estudiar o gobernar.

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Esta es la tercera colaboración de Agustín B. Ávila Casanueva con Historias Cienciacionales. Egresado de la carrera de Ciencias Genómicas, piensa que la divulgación de la ciencia puede llenar espacios culturales, de comunicación, científicos y lúdicos. Agustín pasea a sus perros por las mañanas, lee novelas negras y le hace al basquetbol. Ha colaborado también con La Ruta del Bichólogo y con Cienciorama. Bibliografía:

#Reportajes de Popular Science y The Huffington Post sobre la colaboración de José Luis Del Toro con el cártel de Los Zetas. #Entrevista al doctor Luis Mochán #Artículo científico que desenmascaró el engaño del GT200:

#Nota de Historias Cienciacionales

 

Con las manos manchadas de sangre y savia

selva Hace unos 30 años, el filósofo y escritor español Fernando Savater predijo que las democracias hispanoamericanas no podrían acabar con las drogas; serían éstas quienes terminarían por socavar los gobiernos de América Latina. Ahora, sus palabras resuenan más fuerte que nunca.

Pero Savater pasó por alto que las drogas no sólo son capaces de destruir gobiernos. En la Universidad de Ohio, entre la treintena de cubículos que conforman el Departamento de Geografía, se encuentra el lugar de Kendra McSweeney, quien ha comenzado a registrar los daños ambientales causados por el narcotráfico en la estrecha cintura del continente americano.

De sonrisa tímida y pómulos pronunciados, Kendra ha dedicado más de 20 años a estudiar cómo los pueblos indígenas se relacionan con su medio ambiente, pero le ha sido imposible no desviar la vista hacia otros asuntos. Sus ojos, más acostumbrados a los paisajes tropicales de Centroamérica que al asfalto de Ohio, son testigos de la acelerada desaparición de selvas en lugares como Honduras, Guatemala y Nicaragua. En un esfuerzo por encontrar la causa de este fenómeno, Kendra y otros seis científicos estadounidenses han logrado documentar la relación entre la pérdida de vegetación en estos países y el tránsito de drogas.

Realizar esta investigación parecía más bien natural y, a decir verdad, una obligación moral. En palabras de la geógrafa, "desde 2007, comencé a detectar tasas de deforestación sin precedentes. Cuando pregunté a los pobladores locales qué estaba ocasionando esto, recibí una sola respuesta: los narcos". El inicio de este suceso parecía estar relacionado con noticias que llegaban de otras partes de América Latina. 2007 fue también el año en que México, principal vía de entrada hacia Estados Unidos, declaró una violenta guerra contra el narcotráfico en muchos de sus estados fronterizos del norte. "En respuesta a la mano dura en México, los traficantes de drogas se movieron hacia el sur con el fin de encontrar nuevas rutas a través de áreas remotas para sacar su mercancía fuera de Sudamérica e introducirla a Estados Unidos", añade Kendra durante una entrevista con la oficina de comunicación de su universidad.

El resultado fue generalizado, y pronto se pudieron detectar tres principales mecanismos que ocasionan la desaparición de selvas centroamericanas:

1. La vegetación es arrasada y, sobre los suelos antes verdes, se construyen caminos y pistas de aterrizaje clandestinas.

2. El tráfico de drogas intensifica las presiones preexistentes de las selvas al introducir grandes cantidades de dinero y armas: los grandes productores, ganaderos y fiscales estatales son sobornados –haciéndose partícipes, de forma indirecta, del narcotráfico– mientras que los grupos indígenas y conservacionistas son amenazados.

3. Las poderosas ganancias del tráfico de drogas hacen necesario lavar el dinero para hacer que circule como fruto de actividades lícitas. Las propias organizaciones, entonces, convierten las selvas en zonas de agricultura (donde se cultivan pastos o palma de aceite) y ganadería, lo cual "legitimiza" la presencia del narcotráfico en las fronteras y selvas remotas, al mismo tiempo que les permite controlar el territorio.

Kendra está consciente de que este tipo de problemas son un recuerdo constante de porqué las políticas de drogas son también políticas de conservación. Y tal parece ser que seguimos tropezando con los mismos errores. En 2012, por ejemplo, Honduras comenzó a combatir el crimen organizado, pero eso sólo provocó que los narcotraficantes se trasladaran hacia Nicaragua. Los impactos ambientales y el lavado de dinero llegaron poco después.

Es cierto: no hay solución fácil. Pero se puede empezar por algo. La última oración del artículo que escribieron Kendra y sus colegas este febrero en la revista Science lo plasma muy bien: "reflexionar sobre la guerra actual contra las drogas podría traer consigo enormes beneficios ecológicos".

Con suerte, en un futuro no muy lejano, Savater deberá tragarse sus palabras.

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Existen más estudios que vinculan la deforestación con el narcotráfico. Aquí una reseña en español (sin libre acceso) sobre la investigación que realizó Liliana Dávalos, bióloga colombiana, relacionando el tráfico de cocaína con la pérdida de superficie selvática en su país: http://nationalgeographic.es/medio-ambiente/habitats/estudio-cocaina

Bibliografía:

Articulo original  (sin libre acceso) en Science | Fuente de ScienceDaily y Ohio State University| Nota en el blog de Historias Cienciacionales