psicología

Para estas mamás, el hermano pequeño siempre será el bebé

Imagen tomada de Pinterest. Los hermanos mayores tenemos claro que las madres ven al más chico como un bebé. De acuerdo con un estudio, esto no es ficción, por lo menos para las mamás australianas: ellas subestiman la altura del más pequeño de la familia.

Realizado por investigadores de la Universidad Swinburne, en Australia, el trabajo sostiene que después de que nace el segundo hijo, muchos padres reportan que el primero parece crecer sustancialmente de manera repentina. Por tanto, los autores tuvieron una hipótesis: los padres están sujetos a una “ilusión de bebé” bajo la cual perciben al hijo menor como si tuviera una estatura más pequeña de la que realmente tiene, sin importar su edad.

Para el estudio, los investigadores le pidieron a 77 madres (casi todas vecinas de la universidad) que estimaran la altura aproximada de sus hijos, que iban de dos a seis años, cuando estuvieron recargados contra una pared blanca. Mientras que las estimaciones de la altura de sus hijos mayores fue precisa, las madres adivinaron la altura del más pequeño con un promedio de 7.5 centímetros por debajo de lo que realmente medían.

Los investigadores mencionan que esta ilusión del bebé es un efecto real y común, que modifica nuestra comprensión de cómo las características infantiles motivan los cuidados parentales. Claro, ellos están pensando en un efecto común en las madres a las que les preguntaron; sin embargo, todavía habría que probar si ese mismo efecto ocurre en las mamás de otras partes del mundo, sobre todo de culturas no occidentales, para que sus conclusiones puedan ser más universales.

Bibliografía:

Artículo original en Current Biology | Nota fuente en Science | Nota en el blog de Historias Cienciacionales

 

¿Por qué las mujeres no son buenas en matemáticas?

El pasado viernes 8 de marzo fue el Día Internacional de la Mujer, y a partir de hoy y hasta el viernes, se conmemora la Semana Mundial del Cerebro. Por ello, en esta ocasión queremos compartirles una entrada de nuestros amigos de Pedazos de Carbono en dónde analizan la idea muy generalizada en cuanto a las habilidades matermáticas entre los distintos sexos. ¿Ustedes creen que las mujeres son peores que los hombres en matemáticas? Continúa leyendo, quizá te sorprendas...

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¿Por qué las mujeres no son buenas en matemáticas?

Tradicionalmente ha existido y prevalece en nuestra sociedad la idea de que, por alguna razón, las mujeres no son tan buenas como los hombres resolviendo problemas matemáticos; mientras que ellas son superiores a ellos en tareas verbales de comunicación. Es más, estudios sobre los resultados en pruebas de habilidades tienden a confirman estas ideas: las mujeres obtienen resultados inferiores en pruebas de matemáticas, pero superiores en pruebas de lenguaje. Basados en este tipo de evidencias, por décadas se han reforzado estos estereotipos culturales bajo el lema de que “los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus”, llegando a sugerir incluso que la razón se podría encontrar en diferencias fundamentales en el funcionamiento de nuestros cerebros. Pero, ¿por qué es que nuestros cerebros son tan distintos?

Los psicólogos Bobbi Carothers y Harry Reis de la Universidad de Rochester piensan que han encontrado la respuesta. Y la respuesta es que todo este tiempo hemos estado haciendo la pregunta equivocada, porque hemos estado interpretando los datos de manera incorrecta.

Los estudios que suelen reportar las “diferencias” entre hombres y mujeres se suelen hacer de esta manera: Tomas a dos grupos más o menos homogéneos—misma edad, mismo estrato social, mismo nivel de educación—uno de puras mujeres y otro de puros hombres. A ambos grupos les haces las pruebas psicológicas o de habilidad que te interesan. Colectas los resultados, calculas el promedio de cada grupo, y reportas: “¡Aja! ¡En promedio los hombres son más hábiles en matemáticas que las mujeres!”

Los investigadores de Rochester nos alertan que, sin embargo, las diferencias entre promedios no nos dicen nada sobre las características que podrían ser, o no ser, representativas de cada género. La pregunta que realmente deberíamos hacer es ésta: si te doy los resultados de las pruebas de una persona, ¿puedes determinar con algún grado de certeza si se trata de un hombre o de una mujer? En otras palabras, ¿los resultados en pruebas de habilidades realmente sirven para distinguir el sexo de las personas? Y la respuesta es: No.

No es nada extraordinario encontrar mujeres increíblemente hábiles en matemáticas, al igual que hombres que pueden ser muy empáticos o extrovertidos—características que estudios anteriores típicamente asociaban con el sexo opuesto. Lo mismo concluyeron sobre muchas otras características que típicamente se suelen asignar a uno u otro estereotipo: actitudes frente a sus relaciones de pareja, sexualidad, extraversión, apertura a nuevas experiencias, amabilidad, estabilidad emocional y responsabilidad—todas ellas ocurren por igual en una amplia gama de grados tanto en hombres como en mujeres, sin permitir distinguir entre un grupo y el otro.

Esto es a diferencia de otras características físicas—como por ejemplo la altura, el ancho de los hombros, la circunferencia del brazo, o la razón entre la cintura y la cadera—que al agruparlos y analizarlos estadísticamente permiten distinguir claramente a dos grupos, uno dominado por mujeres y otro por hombres. Lo mismo ocurre con afinidad por actividades extremadamente estereotípicas, como los cosméticos para las mujeres o el boxeo para los hombres, pero no así con la gran mayoría de las características que definen nuestra personalidad y perfil psicológico.

Los estereotipos de género son no sólo en su mayoría falsos, como este estudio lo demuestra, sino también peligrosos porque trivializan el amplio espectro de características que nos definen como individuos. Pueden servir para desmotivar a algunas personas de buscar cierto tipo de metas, o como excusa para otros para no buscar cambiar y resolver nuestros propios defectos.

Es justo que destruyamos ya esta clase de mitos que aún prevalecen en nuestra sociedad.

Escrito por Juan A. Navarro Pérez y publicado originalmente en Pedazos de Carbono

Pensando con la mano: diestros y zurdos ven el mundo de forma diferente

La teoría de la cognición corporal sugiere que los humanos no sólo pensamos con el cerebro, sino también con el cuerpo. Así, “nuestros procesos de pensamiento se basan en experiencias físicas que desencadenan en nuestra mente representaciones de conceptos abstractos asociados con esas experiencias” [1].

Bajo este supuesto, vale entonces la pena preguntarnos: si nuestros cuerpos dan forma a nuestros pensamientos, ¿es posible que personas con cuerpos diferentes, piensen diferente? Porque de ser así, habría implicaciones trascendentales sobre cómo las personas perciben e interpretan cada experiencia y, por consiguiente, sobre cómo estas experiencias influyen en su toma de decisiones.

Para resolver estas interrogantes, diversos grupos de científicos en el mundo han estudiado lo que se conoce como dominancia lateral del cerebro. En algunas personas, el hemisferio izquierdo es más dominante; en otras lo es el hemisferio derecho. Esto se manifiesta en diferencias conductuales, por ejemplo, si alguien es diestro o zurdo. Se ha encontrado que las personas tienden a asociar su lado dominante con lo “bueno”, y su lado no-dominante, con lo “malo”. Esto se manifiesta en una preferencia por productos o personas que están en nuestro lado “bueno”, respecto a productos o personas que están localizadas en nuestro lado “malo” [2]. Un dato curioso viene de un estudio liderado por Daniel Casasanto del New School for Social Research en Nueva York, que estudió los discursos de los candidatos presidenciales en Estados Unidos, y encontró que los políticos usan generalmente su mano dominante para exaltar cuestiones positivas de su discurso, al tiempo que emplean su mano no-dominante para enfatizar temas incómodos o difíciles.

Matthew Hutson, quien escribe para Scientific American, comenta que Casasanto incluso ha reunido información que indica que cuando los zurdos se han sentado en el lado derecho del avión, están dispuestos a otorgar una mejor calificación a la azafata que los ha atendido.

Hay indicios de que esta preferencia en el uso de la mano es un rasgo que se puede heredar: por ejemplo, la proporción de gemelos idénticos en donde ambos son zurdos o diestros, es mayor que la proporción de pares de gemelos no idénticos que son concordantes. Sin embargo, se calcula que la contribución genética únicamente explica un 25% de este rasgo tan peculiar. Como un dato interesante, basta decir que aproximadamente el 10% de la población está conformada por individuos que son exclusivamente zurdos, un 60% que son exclusivamente diestros, y el restante 30% presenta cierto grado de ambidestreza. Sin embargo, el hijo de una pareja de zurdos, tiene sólo un 25% de probabilidades de ser zurdo. Algunas teorías sugieren que esta preferencia lateral se forma o se desarrolla durante etapas muy tempranas del desarrollo.

El más reciente artículo de Casasanto, publicado en Cognitive Science, muestra que niños de tan sólo seis años de edad, muestran un marcado sesgo lateral. En su experimento, a un grupo de niños se les mostraron pares de imágenes de animales, y les preguntó cuál de los dos les parecía más listo o agradable. Los diestros eligieron las figuras que se encontraban en el lado derecho, y los zurdos prefirieron más frecuentemente a los animales presentados del lado izquierdo.

La evidencia de que la preferencia en el uso de la mano influye en cómo las personas perciben lo que les rodea es abundante, además de ser un tema muy interesante. Si quieres entenderlo mejor, te recomiendo echarle un vistazo a las páginas de referencia (una en inglés y una en español) y al blog de Daniel Casasanto, Malleable Mind en Psychology Today [3].

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Referencias y material para entender mejor el tema:

[1] “Un estudio científico revela que el hábito sí hace al monje” – El Clarín

[2] “Your Body Influences Your Preferences” – Scientific American

[3] “Malleable Mind” – Blog de Daniel Casasanto en Psychology Today

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Acerca del Autor: Miguel E. Rentería es egresado de la UNAM y actualmente estudia un doctorado en genética y neurociencias en la Universidad de Queensland, Australia.

Relaciones amorosas y estilos de apego emocional

Hace tiempo leí en Scientific American MIND un artículo sobre los distintos tipos de apego emocional que existen y cómo influyen en nuestras relaciones interpersonales (en específico, las relaciones de pareja). El tema me parece de lo más interesante, así que me animé a escribir al respecto para el blog.

Para empezar, pongamos un poco de contexto. La teoría del apego, sostiene que la capacidad que poseemos los humanos (y varias otras especies de mamíferos y aves) de formar vinculos afectivos con otros seres surgió como una tendencia de adaptación que permitiera mantener la proximidad de la cría hacia la figura del progenitor. Un recién nacido no está equipado para sobrevivir sin la ayuda de figuras protectoras que lo alimenten, brinden calor y lo auxilien en circunstancias en las que se enferma o se lastima. Por lo tanto, la capacidad de desarrollar este apego, representaría una ventaja evolutiva que sería favorecida por la selección natural.

Numerosos estudios en el campo de las neurociencias del comportamiento y la psicología han estudiado las relaciones entre padres e hijos. Una de las contribuciones más importantes en el área, fué sin duda el descubrimiento de Mary Ainsworth, quien al estudiar las diferencias en la calidad de la interacción madre-hijo en Uganda, identificó tres patrones principales de apego: seguro, inseguro e indiferente.

(a) Los niños con un apego seguro, lloran poco y se muestran contentos cuando exploran en presencia de la madre;

(b) Los niños con un apego inseguro o ansioso, lloran frecuentemente, incluso cuando están en brazos de sus madres; mientras que

(c) Los niños de apego indiferente evasivo, no muestran apego ni conductas diferenciales hacia sus madres.

Los infantes de estilo seguro se apoyan en el respaldo emocional que proveen sus madres para explorar su entorno, aprender y prosperar, así como para encontrar consuelo cuando se encuentran molestos o cansados. Mientras que los de estilo inseguro, viven demasiado preocupados y con un miedo constante a ser abandonados por su madre, por lo que requieren de tenerla a la vista todo el tiempo. Por otro lado, aquellos con un perfil de apego indiferente parecen ser independientes y no necesitar (o ser incapaces de generar o sentir la necesidad) de la presencia materna para encontrar apoyo en momentos de necesidad.

 

OK, quiero suponer que hasta aquí vamos bien. Hagamos una pausa para dar tiempo de que vayas a preguntarle a tu mamá qué tipo de apego mostraste cuando eras un(a) bebé. Es más, si quieres hacer esto más interesante, puedes preguntarle a tu suegra qué tipo de estilo de apego tuvo tu pareja. Por que, según estudios recientes, estos estilos de apego individual permanecen en nuestro cerebro e influencían el tipo de apego emocional que empleamos cuando adultos al establecer relaciones amorosas:

De adultos, las personas con estilo seguro tienden a desarrollar modelos mentales de sí mismos como amistosos, afables y capaces, y de los otros como bien intencionados y confiables, ellos encuentran relativamente fácil intimar con otros, se sienten cómodos dependiendo de otros y que otros dependan de ellos, y no se preocupan acerca de ser abandonados o de que otros se encuentren muy próximos emocionalmente.

Las personas con estilo ansioso tienden a desarrollar modelos de sí mismos como poco inteligentes, inseguros, y de los otros como desconfiables. Buscan intimar con otros, pero siempre tienen miedo al rechazo, se preocupan constantemente de que sus parejas no los quieran y sienten temor al abandono. Son particularmente celosos(as) y posesivos(as) en sus relaciones.

Mientras que los individuos con estilo evasivo, desarrollan modelos de sí mismos como suspicaces, escépticos y retraídos, y de los otros como desconfiables o demasiado ansiosos para comprometerse en relaciones íntimas, se sienten incómodos intimando con otros y encuentran difícil confiar y depender de ellos. Otorgan particular importancia a la realización personal. Y defensivamente, desvalorizan la importancia de los vínculos afectivos.

Dado que las expectativas y comportamientos de cada estilo de apego son extremadamente diferentes, es lógico pensar que las distintas combinaciones de personas tengan diferentes grados de compatibilidad y afecten las dinámicas de pareja. Por ejemplo: ¿Qué pasa si una chava ansiosa decide andar con un chavo evasivo? Aún suponiendo que su amor sea sincero y genuino, es probable que ella viva pensando constantemente que él no la quiere (debido a su inseguridad), lo cual será reforzado por el hecho de que él vivirá evitando el compromiso (o apego emocional).

El caso anterior es quizás exagerado. Por lo que creo que vale la pena hacer varias precisiones:

1) Existe también un cuarto estilo de apego, conocido como tímido.

2) La distribución del grado de apego para cada estilo de apego sigue una distribución normal a nivel poblacional. De hecho, no son poco comunes los casos de personas que presentan combinaciones de dos tipos de apego. Por ejemplo, seguros y evasivos (en distintas proporciones).

3) Los patrones de comportamiento de los diferentes estilos de apego, son bastante estables. Esto quiere decir que no cambian en el ~80%  de las personas, y que la única forma de cambiar o corregir comportamientos no deseados, es a través de terapia.

Para no hacer el post muy largo, voy a parar aquí. No sin antes: (1) Invitarte a comentar qué te pareció el artículo y sugerirme temas de neurociencias ó genética sobre los que te gustaría que escribiera en el blog, y (2) Dejarte la opción de dar click al siguiente link para que descargues el artículo completo de Scientific American MIND [en inglés]: (Get Attached).

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Acerca del autor: Miguel E. Rentería es egresado de la UNAM y actualmente estudia un doctorado en genética y neurociencias en la Universidad de Queensland, Australia. Twitter: @mkrente

Otros textos del autor: El reto Pepsi dentro de un escáner cerebral Cucarachas biónicas para la enseñanza de las neurociencias