Para estudiar el cerebro humano, se necesita un cerebro humano. Y para estudiar el desarrollo del cerebro humano, se necesita un cerebro humano en desarrollo, algo a lo que los científicos interesados en el tema rara vez tienen acceso. Sin embargo, eso puede cambiar muy pronto, pues investigadores austriacos y británicos han logrado cultivar "minicerebros" humanos en el laboratorio.
El cultivo de tejidos humanos (y de otros animales) es una técnica común, pero lo que se obtiene de ella es una capa bidimensional de células en una caja de Petri. Sin embargo, el equipo de investigación, coordinado por Juergen A. Knoblich, logró obtener un "organoide cerebral" tridimensional. Para ello, colocaron células progenitoras neurales (que son un tipo de células madre que pueden dar lugar a células del cerebro) sobre andamios de cultivo que estaban dentro de una cámara con oxígenación y los nutrientes adecuados. Luego de un mes, las células progenitoras habían dado lugar a organoides cerebrales de unos 4 mm que se parecía mucho al cerebro de un feto de 9 semanas. Tenían actividad neuronal y se habían diferenciado en distintas regiones cerebrales, como el córtex dorsal, los plexos coroideos, y algunos incluso habían desarrollado retinas.
El equipo de Knoblich cultivó estos organoides, llamados así porque no son un órgano propiamente dicho, no porque quisiera probar la famosa pregunta filosófica de si acaso un cerebro en un frasco sería consciente de su condición. Los organoides no estaban en ningún modo conscientes. Lo que los científicos buscaban era un modelo para estudiar el desarrollo del cerebro humano, algo que los cerebros de ratones u otros animales de laboratorio sólo pueden brindarnos con limitaciones. De hecho, el primer uso que le dieron a sus cerebritos fue observar el desarrollo de un cerebro con microcefalia.
A partir de células de una persona con esa condición, que se caracteriza por producir cerebros más pequeños, los investigadores cultivaron los minicerebros correspondientes. Como era de esperar, éstos resultaron ser más pequeños de lo usual. Normalmente, las células progenitoras se multiplican en abundancia y sólo entonces comienzan a producir neuronas. En los organoides cerebrales con microcefalia, las células progenitoras se reproducían demasiado poco, daban lugar a menos neuronas y, por tanto, a cerebros más pequeños.
Los investigadores esperan que su técnica pueda usarse para estudiar otros desórdenes, como la esquizofrenia o el autismo. Por supuesto, sus colegas aclaran que no hay que pensar que los organoides son réplicas de cerebros. "El cerebro humano no es un mero congomerado de los ingredientes adecuados, como un pastel que surgiera de los contenidos de una caja sumados a un huevo"; escribe la genetista Ricki Lewis en su blog DNA Science. "Pero aunque no seremos capaces de conseguir ese segundo cerebro que siempre hemos querido, igual estoy emocionada y motivada por ver lo que estos organoides cerebrales nos podrán decir sobre nosotros mismos".
Fuentes: Nota fuente en Science Daily | Aquí el artículo original en Nature | Post en el blog de Ricki Lewis (en inglés)