El pasado 17 de enero del 2013, el programa Charlas con Científicos de la Academia de Ciencias de Morelos en el cual participa Más Ciencia por México tuvo un invitado muy especial: el Dr. Arturo Álvarez Buylla. Además de su participación en este programa, el Dr. Álvarez Buylla dio una plática el viernes siguiente como parte del evento de la Academia en donde se renovó la mesa directiva de la misma y se admitieron nuevos miembros. En la plática, llamada “Células Madre y los Rehiletes del Cerebro”, la cual compartió con la comunidad académica del estado así como estudiantes de distintas preparatorias, Arturo comunicó el trabajo que llevó al descubrimiento de las células madres en ciertas regiones del cerebro, trabajo por el cual fue galardonado en el 2011 con el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. No puedo hacerle total justicia a la fluidez y el encanto con los cuales Arturo relata los vaivenes y resultados de su trabajo en un pequeño texto como el que quiero escribir, así que no lo intentaré y mejor lo que les propongo es que se tomen un descanso de una hora para escucharlo por ustedes mismos dando click en este enlace.
Además, no es precisamente esto lo que quería compartirles hoy. Lo que más me llamó la atención de la plática de aquel viernes fue como los grandes avances en ciencia toman tiempo y se construyen sobre bases más sencillas. A Isaac Newton se le atribuye la cita "Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes", aunque el mismo Newton estaba citando a Bernardo de Chartres. Esto quiere decir que para poder avanzar en cualquier proyecto científico, debes partir de la mejor información disponible al momento que inicias. Afortunadamente, los científicos ahora tenemos varias herramientas y muchos colegas que nos permiten comenzar a vislumbrar un nuevo horizonte con el trabajo previo que ya han realizado. Si esto no fuera así, tendríamos que iniciar nuestra ciencia desde cero, un reto bastante complicado tal y como lo expuso Alicia Mastretta hace algunos meses en este mismo blog. ¿De qué manera se relaciona esto con la investigación de células madre en el cerebro? Bueno, resulta que por mucho tiempo se creyó que el cerebro, una vez formado, no podría regenerarse. Hay que recordar que las células madre son aquellas células que tienen potencial de convertirse en muchas otras clases de células, como las epiteliales o las sanguíneas. Así, el descubrimiento de las células madre nerviosas rompió con un paradigma dogmático que sostenía que la regeneración de tejido nervioso en cerebros adultos era imposible. Todo gracias al cantar de los pájaros.
A principios de los 80s, Fernando Nottebohm, investigador argentino del Laboratorio de Conducta Animal de la Universidad Rockefeller, comprobó la capacidad del cerebro adulto de los vertebrados estudiando la manera en que los canarios aprenden y ejecutan sus cantos. Nottebohm descubrió que las áreas del cerebro de los canarios asociadas con la formación de su trinar tenían variaciones estacionales: había un crecimiento de esta región durante la primavera cuando los canarios necesitan hacer uso de sus dotes artísticos para atraer parejas, para después disminuir durante el verano. En el otoño vuelve a haber un incremento en el volumen cerebral justo cuando los canarios necesitan aprender nuevas tonadas, para después disminuir de nuevo en el invierno y recomenzar el ciclo. Estas fluctuaciones en el tamaño cerebral se explicaba sólo de una manera: existían neuronas que se formaban durante la primavera y el otoño, y que después desaparecían en verano y en invierno.
De esta historia quiero rescatar una gran moraleja que nos ayuda a comprender dos aspectos cruciales del quehacer y del conocimiento científico. Martín Bonfil, divulgador de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, publicó en el número 171 de la revista ¿Cómo Ves? las Tres Metáforas de la Ciencia en su columna Ojo de Mosca. En ella, nos menciona como la el conocimiento científico se construye día a día con las explicaciones, interpretaciones y herramientas que tenemos a la mano, pero hay que mantener la mente abierta porque el conocimiento científico no es completo, sino una imagen incompleta que si bien nos permite aventurarnos a proponer hipótesis que están sujetas al mismo proceso de comprobación que el resto. La Ciencia quizá no nos brinda una verdad absoluta, pero nos plantea el camino para realizar pequeñas pero constantes aproximaciones hacia la verdad, y a la fecha es el mejor modelo explicativo del cual disponemos los seres humanos. Así es como cada vez que te subes a los hombros de un gigante para ver más allá de lo que éste pudo haber visto, estás aproximándote cada vez más al horizonte del conocimiento que para todos los que vinieron antes que tú resulta quizá increíble, y aun así, quizá tampoco tú puedas lograr a contemplar la totalidad del horizonte. Eventualmente alguien tendrá que venir a posarse en tus hombros cuando tú seas un gigante.
Para terminar, otra reflexión. El dogma que sostenía que el cerebro no podría regenerarse en los adultos se tuvo que replantear como resultado de las observaciones de Nottebohm, lo que además lleva otra lección en sí misma: no se debe menospreciar la investigación básica, por “absurda” o “inútil” que nos pueda parecer. Quizá en su momento habrá parecido una empresa inútil estudiar el canto de unos pajaritos, sin una “utilidad práctica”, y ahora reconocemos éste como un trabajo pionero. El trabajo teórico y básico es la base de toda aplicación técnica en el futuro, así que el apoyo a la misma debe ser fundamental. Nunca sabremos si los hombros de un determinado gigante nos permitirán descubrir nuevos horizontes hasta que nos trepemos en ellos.
Para saber más:
Si deseas profundizar en el trabajo de Fernando Nottebohm, te recomiendo visitar Bird Brain, una crónica detallada de los descubrimientos aquí mencionados sobre el trabajo de Nottebohm. Si deseas conocer cómo influyo el trabajo de Nottebohm en la investigación de Arturo Álvarez Buylla, te recomiendo leer el discurso que ofreció durante la ceremonia de premiación donde recibió el premio Príncipe de Asturias.
Acerca del Autor
José Antonio Alonso es egresado de la Licenciatura en Ciencias Genómicas de la UNAM, y de la Maestría en Bioética de la Universidad de Pennsylvania.