Un dolor en la mandíbula, hinchazón, fiebre. Pocos son los que se salvan de esta temida visita al dentista en la que el veredicto final es la extirpación de las muelas del juicio. A pesar de que deben su nombre a la edad en que comienzan a salir –entre los 16 y 25 años, cuando supuestamente una persona entra a la adustez y tiene "juicio"–, la molestia, el miedo y el dolor, alejados del razonamiento, se preguntan: ¿a quién culpar?
Hansel H. Steadman cree que el gran cerebro que caracteriza a nuestra especie es el principal responsable. Este investigador y sus colaboradores descubrieron que, de todos los primates, sólo en el ser humano el gen MYH16, constructor de los músculos de la mandíbula está defectuoso. Como resultado, tenemos mandíbulas mucho más débiles y pequeñas en comparación con otros animales. Según Steadman, "los músculos son escultores del hueso y, por lo tanto, intervienen en la estructura ósea". Al reducirse los músculos mandibulares, entonces, el cráneo se habría "liberado" de estas cadenas y el cerebro de los humanos habría aumentado su tamaño.
Los investigadores compararon la secuencia del gen MYH16 humano con el de otros primates para calcular cuándo ocurrió este cambio. Según sus cálculos, fue hace 2.4 millones de años, tiempo que corresponde más o menos con la aceleración del aumento craneal y la reducción mandibular que se observa en los cráneos de las especies ancestrales de Homo sapiens. "Esto representa la primera distinción entre proteínas de humanos y chimpancés que pueden ser correlacionada con una señal identificable en el registro fósil", afirman los autores del estudio.
Como evidencia adicional, examinaron varios cráneos de primates y se dieron cuenta de que todos ellos, a excepción del ser humano, poseen crestas craneales, protuberancias óseas donde se sujetan los huesos de la mandíbula. Quizá la pérdida de éstas en nuestro linaje fue justamente lo que permitió que los cráneos humanos evolucionaran en la forma grande y redonda que los caracteriza hoy en día, dando espacio a cerebros con mayores capacidades que dieron ventaja a nuestros ancestros y les permitieron sobrevivir con éxito en las planicies de África hace millones de años.
El crecimiento del cerebro y otros rasgos que nos distinguen como especie son, seguramente, producto de la interacción de varios genes, donde MYH16 es una de las primeras y más importantes piezas en ser descubierta. Tener cerebros grandes fue sin duda favorable, pero trajo como consecuencia adicional la reducción mandibular, dejando poco espacio para los últimos molares. Este fue, por así decirlo, un daño colateral en la evolución de nuestra especie que sólo ha beneficiado a los dentistas.
_____________________ Bibliografía:
Artículo original en Nature | Nota en Nature sobre la investigación de Steadman | Nota en el blog de Historias cienciacionales
* Esta es la primera colaboración de Alejandra Ortiz con Historias Cienciacionales. Apasionada de los gatitos, los pugs, la divulgación de la ciencia y los procesos evolutivos, Alita también maneja su propio blog, y la pueden seguir en twitter.