Pensando con la mano: diestros y zurdos ven el mundo de forma diferente

La teoría de la cognición corporal sugiere que los humanos no sólo pensamos con el cerebro, sino también con el cuerpo. Así, “nuestros procesos de pensamiento se basan en experiencias físicas que desencadenan en nuestra mente representaciones de conceptos abstractos asociados con esas experiencias” [1].

Bajo este supuesto, vale entonces la pena preguntarnos: si nuestros cuerpos dan forma a nuestros pensamientos, ¿es posible que personas con cuerpos diferentes, piensen diferente? Porque de ser así, habría implicaciones trascendentales sobre cómo las personas perciben e interpretan cada experiencia y, por consiguiente, sobre cómo estas experiencias influyen en su toma de decisiones.

Para resolver estas interrogantes, diversos grupos de científicos en el mundo han estudiado lo que se conoce como dominancia lateral del cerebro. En algunas personas, el hemisferio izquierdo es más dominante; en otras lo es el hemisferio derecho. Esto se manifiesta en diferencias conductuales, por ejemplo, si alguien es diestro o zurdo. Se ha encontrado que las personas tienden a asociar su lado dominante con lo “bueno”, y su lado no-dominante, con lo “malo”. Esto se manifiesta en una preferencia por productos o personas que están en nuestro lado “bueno”, respecto a productos o personas que están localizadas en nuestro lado “malo” [2]. Un dato curioso viene de un estudio liderado por Daniel Casasanto del New School for Social Research en Nueva York, que estudió los discursos de los candidatos presidenciales en Estados Unidos, y encontró que los políticos usan generalmente su mano dominante para exaltar cuestiones positivas de su discurso, al tiempo que emplean su mano no-dominante para enfatizar temas incómodos o difíciles.

Matthew Hutson, quien escribe para Scientific American, comenta que Casasanto incluso ha reunido información que indica que cuando los zurdos se han sentado en el lado derecho del avión, están dispuestos a otorgar una mejor calificación a la azafata que los ha atendido.

Hay indicios de que esta preferencia en el uso de la mano es un rasgo que se puede heredar: por ejemplo, la proporción de gemelos idénticos en donde ambos son zurdos o diestros, es mayor que la proporción de pares de gemelos no idénticos que son concordantes. Sin embargo, se calcula que la contribución genética únicamente explica un 25% de este rasgo tan peculiar. Como un dato interesante, basta decir que aproximadamente el 10% de la población está conformada por individuos que son exclusivamente zurdos, un 60% que son exclusivamente diestros, y el restante 30% presenta cierto grado de ambidestreza. Sin embargo, el hijo de una pareja de zurdos, tiene sólo un 25% de probabilidades de ser zurdo. Algunas teorías sugieren que esta preferencia lateral se forma o se desarrolla durante etapas muy tempranas del desarrollo.

El más reciente artículo de Casasanto, publicado en Cognitive Science, muestra que niños de tan sólo seis años de edad, muestran un marcado sesgo lateral. En su experimento, a un grupo de niños se les mostraron pares de imágenes de animales, y les preguntó cuál de los dos les parecía más listo o agradable. Los diestros eligieron las figuras que se encontraban en el lado derecho, y los zurdos prefirieron más frecuentemente a los animales presentados del lado izquierdo.

La evidencia de que la preferencia en el uso de la mano influye en cómo las personas perciben lo que les rodea es abundante, además de ser un tema muy interesante. Si quieres entenderlo mejor, te recomiendo echarle un vistazo a las páginas de referencia (una en inglés y una en español) y al blog de Daniel Casasanto, Malleable Mind en Psychology Today [3].

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Referencias y material para entender mejor el tema:

[1] “Un estudio científico revela que el hábito sí hace al monje” – El Clarín

[2] “Your Body Influences Your Preferences” – Scientific American

[3] “Malleable Mind” – Blog de Daniel Casasanto en Psychology Today

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Acerca del Autor: Miguel E. Rentería es egresado de la UNAM y actualmente estudia un doctorado en genética y neurociencias en la Universidad de Queensland, Australia.

Estrés y depresión encogen tu cerebro

La semana pasada la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer que más de 350 millones de personas en el mundo sufren de depresión, lo que equivale a 1 de cada veinte individuos ... un número notable, ¿no es así?

El término depresión, proviene del latín depressio, que significa opresión, o encogimiento. Se describe como un transtorno del estado de ánimo caracterizado por un estado de abatimiento e infelicidad temporal o permanente. Algunos factores estresantes incrementan el riesgo de padecer depresión: el nacimiento de un hijo, crisis de pareja, abuso de sustancias tóxicas (principalmente el alcohol), o la presencia de alguna enfermedad crónica. Además, existe un componente genético, que indica que aquellas personas que tienen un pariente de primer grado con antecedentes clínicos de depresión, tienen un riesgo entre 1.5 y 3 veces mayor de desarrollarla, comparado con el resto de la población.

 

Algunos estudios en animales de laboratorio y personas con depresión habían mostrado que individuos con este transtorno mostraban menor volumen cerebral y menor densidad de neuronas en ciertas regiones del cerebro, aunque no había una evidencia directa de que la depresión fuera responsable de esta situación ni se conocían las alteraciones genéticas que podían estar generando la disminución en la densidad de neuronas. Sin embargo, recientemente, un grupo de investigadores de la Universidad de Yale reportó en Nature Medicine que un interruptor genético, conocido como GATA1, apaga la expresión de varios genes clave en la formación de nuevas conexiones sinápticas en el cerebro, lo que conlleva una pérdida de volumen en la corteza prefrontal del cerebro.

La siguiente pregunta que se hicieron los investigadores fue qué tenían en común esos genes con niveles de expresión disminuidos. El investigador postdoctoral H.J. Kang descubrió que al menos 5 de estos genes eran regulados por un sólo interruptor genético llamado GATA1.Ronald Duman, profesor de psiquiatría, neurobiología y farmacología en Yale, dirigió el proyecto. El objetivo era, en efecto, probar la teoría de que el estrés causa una pérdida en la densidad de conexiones neuronales en humanos. Para ello, estudiaron muestras de tejido cerebral donadas por pacientes con y sin depresión, y buscaron diferencias en los patrones de activación genética. Para su sorpresa, las muestras de los pacientes con depresión mostraban niveles bajos de expresión de genes importantes para la formación de nuevas sinapsis.

Los investigadores indujeron la expresión de GATA1 en ratones, observando que los animales mostraron síntomas depresivos, llevándolos a concluir que GATA1 es importante no sólo para la pérdida de sinapsis, sino también en los cambios cerebrales que acompañan a los síntomas de la depresión.

Una posibilidad es que existan variaciones genéticas comunes cerca del gen GATA1, y que una de éstas, sea la responsable de que algunas personas tengan un riesgo mayor que el resto de la población para desarrollar depresión mayor. Otra pregunta interesante sería sobre la interacción entre el estrés ambiental y posibles cambios epigenéticos en la regulación de GATA1.

Por último, es importante comentar que este descubrimiento abre nuevas posibilidades para el desarrollo de nuevos tratamientos y fármacos anti-depresivos que busquen rescatar las vías celulares que favorecen la formación de nuevas sinapsis en la corteza prefrontal.

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Referencias :

Decreased expression of synapse-related genes and loss of synapses in major depressive disorde. Nat. Med. 2012; 18 (9): 1413-1417. (Detalles técnicos y resultados de la investigación descrita. En inglés)

La depresión es una enfermedad frecuente y las personas que la padecen necesitan apoyo y tratamiento. Organización Mundial de la Salud (Centro de Prensa), octubre 2012.

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Acerca del Autor: Miguel E. Rentería es egresado de la UNAM y actualmente estudia un doctorado en genética y neurociencias en la Universidad de Queensland, Australia.

El reto cero

La conversación seguía el formato de costumbre. ¿Cómo te llamas, de dónde eres, en qué universidad estás haciendo tu doctorado? ¿De qué se trata tu proyecto? Luego una responde a lo mismo. Cómo me llamo, de dónde soy, en qué universidad estoy haciendo mi doctorado. De qué se trata mi proyecto.

Éramos un grupo de estudiantes de doctorado congregados para tomar un curso. Hace tiempo que me resigné al formato. Así empezaban, como sacadas de un ejercicio para aprender inglés, las conversaciones para romper el hielo. Pero alguien soltó al aire una pregunta que hoy, casi un mes después, me sigue invitando a divagar: ¿qué tanto de tu proyecto de investigación podrías hacer desde cero?

¿Qué tanta de tu ciencia podrías hacer desde cero?

Es decir, imaginen que por el motivo fantasioso de su preferencia de repente están en un planeta Tierra con todas las mismas condiciones ambientales, la misma historia física y biológica con la excepción de que no hay rastro alguno, ni siquiera ruinas de ningún tipo, de nuestra especie ni de ninguna otra civilización. Imaginen que el reto no es hacerse de comida y refugio para sobrevivir, sino tener que reproducir lo que sea que estén haciendo en sus proyectos de final de semestre, o tesis de licenciatura, maestría o doctorado, pero… desde cero: sólo con la información presente en este instante en sus memorias. No hay ni bibliotecas, ni libros, ni apuntes de la universidad, ni de la prepa, ni computadoras, ni Wikipedia, ni servidores, ni journals, ni manuales, ni papel, ni lápiz, ni equipo de laboratorio, ni edificios, ni herramientas, ni equipo. Cero. La única concesión que doy es que podría haber otras manos (mas no mentes) dispuestas a ayudar y tiempo, bastante tiempo.

Bajo esta situación hipotética, ¿qué tanta de nuestra investigación, de nuestra ciencia podríamos hacer? ¿Qué no? ¿De qué tienen una vaga idea como para poderlo reinventar? Los invito a responder en los comentarios del blog o de facebook. No tienen que ser tan extensos como el ejemplo de abajo, un comentario corto basta. O no comenten, pero hagan, sí hagan el reto cero. Prometo que divierte imaginarse en esa soledad.

Ejemplo de mi caso. Para empezar, ignorancia la mía: la verdad es que no sé cómo hacer una computadora. Punto, pierdo ahí. En el campo me defiendo: sabría llegar a mis montañas (si me ponen en el continente correcto y me dan una vida larga, ja) y sobrevivir en el campo (tal vez). Sin un vehículo, y dado que no habría caminos, sería una expedición que me tomaría años, como esos primeros viajes botánicos que no me tocó vivir. Podría identificar a mis especies y recuerdo suficiente de su sistemática como para reescribir las claves de identificación y buena parte de su filogenia. La teoría de lo que hago la tengo bastante clara, y podría reescribir, con terribles faltas pero con decencia, mucho sobre evolución, filogeografía y genética de poblaciones, pero no podría reproducir los algoritmos de la mayoría de los programas de cómputo que ocupo. Iba a comentar ahora sobre el papel, creo que conozco el proceso para fabricarlo, pero no sé si lograría fabricar las herramientas. Mejor vamos al laboratorio para enfocar esto más en el lado de los métodos moleculares de mi proyecto.

El primer paso de lo que yo hago implica una extracción de ADN. Para ello se necesitan básicamente dos sustancias: detergente y alcohol. Ja, ¡sé hacer jabón! necesito grasa e hidróxido de sodio. El método para hacer NaOH que viene a mi memoria es una electrólisis de agua con NaCl… mmmm no es tan trivial eso de hacer un electrodo. Creo recordar el principio básico para producir electricidad… pero necesito un cable de cobre y un imán… de nuevo nada trivial de conseguir, mi metalurgia es bastante limitada. Pero bueno, creo que también hay NaOH en las cenizas de ciertas plantas, en particular de junípero (coincidencia, una de mis especies de estudio es un junípero). ¿Y el alcohol? Bueno, es cuestión de poner algo a fermentar, eso sí podría hacerlo.

Sí, ya sé que estoy lejos de los niveles de pureza que se requieren, y que una extracción casera de ADN no sirve para lo que estoy haciendo, pero vamos a seguir el juego. Correr un gel: es decir hacer una electroforesis. De nuevo el maldito electrodo, bueno vamos al gel en sí. La agarosa viene de cierto tipo de algas… uy, espero que no vivan sólo en las costas de Japón y que otras algas marinas sirvan. Bromuro de etidio, necesito bromuro de etidio. Ah, triste mi química orgánica: sé que el EtBr es un compuesto aromático, sé porqué brilla naranja bajo la luz ultravioleta (no sé cómo producir luz ultravioleta, por cierto), sé porqué es mutágeno y cómo se intercala con las moléculas de ADN, pero admito, no recuerdo con qué reacción producirlo.

Pienso ahora en un PCR. Sé muy bien la teoría de lo que está pasando a nivel molecular, soy buena explicándolo. Puedo recordar perfecto los pasos e ingredientes en el laboratorio. Podría obtener cloruro de magnesio evaporando agua de mar… quizá. La polimerasa sería un gran reto, habría que perfeccionar primero mucha microbiología. Y luego los primers, la verdad es que no me acuerdo cómo hacer primers. Y a todo esto, no he mencionado el plástico y el vidrio que son fundamentales en el laboratorio. No sé cómo hacer plástico (ni extraer petróleo para empezar) y del vidrio sólo me acompaña la romántica idea de que la arena de mar tiene sílice y que necesitaría construir un horno de altas temperaturas.

Voy a detenerme aquí. Una extracción de ADN y un PCR son parte del soporte más elemental de mi trabajo de laboratorio. Ya no llegué a lo que necesitaría para lograr hacer la secuenciación y eso que ni siquiera me detuve a describir lo difícil que sería construir equipo básico, como un refrigerador. Creo que el punto quedó claro: yo y mi ignorancia no podríamos hacer la más básica de mis rutinas si tuviera que empezar de cero. Me tomaría años siquiera acercarme.

No soy una bióloga molecular, ni una química, ni una física, ni una ingeniera. No puedo serlo todo. Estoy haciendo un doctorado en biología evolutiva para entender un poco más los procesos detrás de la diversificación de la biodiversidad en las montañas mexicanas. Mi trabajo recae en mucho de lo que se ha hecho ya. Dependo de poder buscar información para resolver problemas o para seguir un método, de utilizar reactivos y equipos que otros hicieron. Necesito poder entender cómo funcionan, pero no hacerlo todo desde cero ni memorizar cada detalle de cada método.

¿Qué es el conocimiento? ¿Dónde está? Válida la reflexión filosófica. Pero también la práctica. El recuerdo repentino de porqué la educación nos es tan importante, de porqué uno de los grandes pilares de nuestra especie es el que podemos almacenar y transmitir información. Cuán vano sería el reinventar la ciencia cada nueva generación.

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Acerca del autor

Alicia Mastretta Yanes es Bióloga egresada de la UNAM y actualmente cursa su doctorado en la University of East Anglia, Inglaterra. Su proyecto de doctorado explora la relación entre las características físicas del paisaje y la distribución de la diversidad genética en plantas de alta montaña de México.