¿Te llevarías a ti mismo a una isla desierta?: la aversión a nuestra propia mente

cerebro En Internet abundan las listas de las 10 cosas que te llevarías a una isla desierta. "¿Cuáles son los 10 libros que te llevarías a una isla desierta?" "¿Cuáles discos?" "¿Cuáles pinturas?" Estas listas pretenden elegir obras de tanta calidad que no nos importaría pasar el resto de nuestras vidas repitiéndolas una y otra vez. Curiosamente, la pregunta más importante sobre las islas desiertas no cabe en formato de lista: "¿Te llevarías a ti mismo a una isla desierta?" La idea de pasar el resto de tu vida sin el acceso a ninguna obra artística o de entretenimiento ni a ningún contacto social, y quedarte contigo mismo y nada más, es la verdadera idea de una isla desierta. Pero ¿cuántos de nosotros aceptaríamos llevarla a cabo?

Recientemente, un grupo de científicos estadounidenses sugirió que la mayoría de nosotros nunca aceptaría, principalmente porque eso implicaría quedarnos a solas con nuestra propia mente. Tim Wilson y su equipo de la Universidad de Virginia realizaron un experimento con el fin de averiguar qué tan placentero es un ejercicio de pensamiento dirigido, sin distracciones externas de ningún tipo. Le pidieron a estudiantes universitarios voluntarios que se quedaran en un cuarto vacío de 6 a 15 minutos a solas y sin distracciones (ni libros ni música ni teléfonos celulares ni nada que pueda hacer un viaje a una isla desierta más placentero) y les sugirieron que pensaran sobre algún tema de su elección. Al salir, les preguntaron qué tan placentera había sido la experiencia. Cerca de la mitad de los participantes dijeron que no había sido placentera, cerca del 60 por ciento dijo que no había podido concentrarse y cerca del 90 por ciento, que su mente había divagado.

Pensando que el escenario de un cuarto de laboratorio sería la fuente de su incomodidad, los investigadores les pidieron a los voluntarios que hicieran un ejercicio similar, esta vez en sus propias casas. Los resultados fueron parecidos y, lo que es más, muchos admitieron haber hecho trampa y haberse distraído con sus teléfonos u otros objetos.

En entrevista para la revista Nature, Wilson se mostró sorprendido. "Tenemos un gran cerebro que está lleno de memorias placenteras y que tiene la capacidad de contar historias y construir fantasías: no debería ser tan difícil."

Tal vez Wilson tiene en la mente un mundo en el que las distracciones no están tan a la mano como ahora. Cada vez es más difícil elegir nuestras cosas para la isla desierta porque estamos inundados de cosas que piden que las llevemos. ¿No será esto un problema exclusivo de esos jóvenes universitarios, que nació con distracciones bajo el brazo? Los investigadores repitieron los experimentos con voluntarios que consiguieron en un mercado y en una iglesia de la localidad, con edades de 18 a 77 años. Los resultados volvieron a repetirse.

La conclusión de los investigadores hasta este punto era que las personas examinadas prefieren hacer algo a no hacer nada (aunque es discutible si el hecho de quedarse a solas con sus pensamientos es efectivamente no hacer nada, como se discutirá más abajo). La siguiente pregunta que abordaron fue si las personas preferirían hacer algo desagradable a no hacer nada. Idearon un experimento en el que dejaban a las personas a solas con sus pensamientos y con una máquina de toques (que con anterioridad los voluntarios habían admitido que eran tan desagradables que pagarían dinero para no sufrirlos), diciéndoles que usarla era su decisión. Al final del experimento, casi el 70% por ciento de los hombres y el 25% de las mujeres se administraron de 1 a 4 choques eléctricos durante algún momento del tiempo que pasaron a solas.

Para Wilson y su equipo, este es un resultado fascinante. "¿Por qué pensar fue tan difícil y desagradable?", preguntan en su artículo científico, publicado este mes en la revista Science. Aventuran un par de explicaciones. Es probable que los voluntarios se hayan metido a un ciclo de pensamientos negativos. Sin embargo, las entrevistas posteriores sobre qué habían pensado no mostraron una tendencia clara hacia las ideas negativas. Otra explicación es que a los voluntarios les resultó difícil ser los actores de sus propios pensamientos: ser a la vez "los guionistas" y los "experimentantes" (como los llamaron en su artículo) de sus fantasías. Sin embargo, en algunas versiones del experimento les daban a los voluntarios un tiempo de preparación para planear sobe lo que iban a pensar y esto no disminuía el desagrado final. ¿Cuál es la explicación entonces?

Los investigadores no aventuran más explicaciones que la más simple de todas: que a nuestras mentes no les gusta estar con ellas mismas. Sin embargo, también reconocen que esto no es universal. Al mencionar que hay estudios que muestran que las mentes son difíciles de controlar, señalan que hay personas que buscan mejorar el control de sus pensamientos por medio de la meditación y otras técnicas. "Sin ese entrenamiento", escriben Wilson y sus colegas en su artículo, "las personas prefieren hacer algo a pensar, aun cuando ese algo sea tan desagradable que normalmente pagarían para evitar hacerlo."

Quizá, después de todo, la principal respuesta a la pregunta "¿Qué te llevarías a una isla desierta?" debería ser: "una mente a la que no le desagrade pensar a solas."

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Bibliografía:

Nota fuente en Nature   | Artículo original en Social Psychology|Nota original en el Blog de Historias Cienciacionales