Cuando el novio de la Cuca le dijo que ya no quería estar con ella, se puso a comer chocolate oscuro como si no hubiera mañana. La mujer estaba incontrolablemente triste, con el corazón roto. Pero pregúntenle qué tan saludable estaba su cuerpo por las cantidades industriales de este alimento que se embuchaba.
Su sistema circulatorio estaba sano y tenía una presión sanguínea envidiada por cualquier hipertenso. Los niveles de colesterol le bajaron al punto en que su médico de cabecera estaba orgulloso de ella. Y claro, el poder revitalizante del chocolate la ponía más contenta. Vamos, que el chocolate salvó a la Cuca.
Ahora, la Cuca tiene una razón más para seguir comiendo chocolate oscuro. Resulta que las bacterias de nuestro sistema digestivo rompen los compuestos largos del chocolate en moléculas más pequeñas que el cuerpo puede absorber fácilmente y que pueden frenar la inflamación perjudicial. Así que debemos agradecer a nuestras bacterias por ayudarnos a obtener los beneficios de este alimento.
Las bacterias obtienen un festín con el chocolate oscuro que ingerimos. Después, lo fermentan, generando así los compuestos antiinflamatorios. Para el caso del tejido cardiovascular, estas moléculas promueven que las células se mantengan sanas y el riesgo de sufrir un infarto se reduzca. De ahí que el cardiólogo envidiara el corazón de la Cuca, por más roto que estuviera.
Incluso, si la Cuca llegara a combinar el chocolate oscuro con probióticos –sustancias que simulan la actividad de las bacterias digestivas–, el beneficio sería mayor. Esto se debe a que el número de bacterias que realizan este proceso aumenta y reduce los efectos de aquellas especies de bacterias que causan gases, hinchazón, diarrea o estreñimiento.
Actualmente, la Cuca tiene un corazón en proceso de sanación. También carga con un chocolate extra en la bolsa para usarlo en caso de emergencia pues, según ella, los corazones rotos son a veces impredecibles. ________________
Bibliografía:
Este trabajo fue presentado en la Reunión y Exposición Nacional de la Sociedad Estadounidense de Química (ACS) número 247, en Dallas. Aquí les dejamos el perfil de John Finley, investigador principal del trabajo aquí mencionado
Nota original en Science Daily| Artículo original en Science| Nota en el blog de Historias Cienciacionales