En el extremo oriental del océano Indico, entre el exótico sureste asiático y la aún más exótica tierra australiana, descansan más de 25,000 islas de diversos tamaños, formas, olores y sabores. Se trata del archipiélago Malayo, el más extenso de todos los archipiélagos del planeta y uno de los más interesantes para la historia de la ciencia.
Si viajáramos al archipiélago Malayo a mediados del siglo XIX, podríamos encontrar una multitud de cosas calamitosas. Los insectos nos recibirían con piquetes cargados de enfermedades sin cura. Los días estarían poblados de feroces tormentas. Las aguas, inexploradas para los occidentales, estarían llenas de bandidos y piratas. Al primer descuido en tierra firme, nos podríamos encontrar con una pitón comehombres o en medio de una erupción volcánica. Para cuando hubiésemos aprendido la lengua de una isla, nos daríamos cuenta que en la de al lado hablan una diferente. Pero si viajáramos al archipiélago entre 1854 y 1862, podríamos haber compartido nuestro sufrir porque, con un poco de suerte, nos hubiéramos cruzado con las andanzas de Alfred Russell Wallace.
Wallace es recordado como el naturalista responsable de que Charles Darwin sintiera “toquidos en la puerta” cuando, en 1858, le envió una carta en la que le contaba de manera sucinta un mecanismo sencillo que explicaba la evolución de la especies. Ese mecanismo resultó ser una idea tan parecida a la selección natural de Darwin que éste al fin se sentó a terminar el libro en el que llevaba 20 años trabajando; no fuera a ser que Wallace escribiera uno antes que él. Así, mientras Darwin publicaba su obra "Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural", Wallace seguía explorando las islas que le faltaban del archipiélago. Darwin terminó por darle crédito del co-descubrimiento frente a la comunidad naturalista pero, por diversas razones, Wallace permaneció tras la sombra de su colega.
Este naturalista de orígenes humildes y sin educación formal exploró, sin apoyo de ningún gobierno ni institución, una de las regiones más biodiversas y desconocidas del planeta en su momento. Nadie lo había enviado en ninguna expedición; su objetivo personal era colectar especímenes, satisfacer su pasión por la vida y establecerse como un naturalista de renombre. Aventurero valiente, paciente y hábil, también fue una de la mentes más brillantes de la biología.
Wallace resume sus increíbles aventuras en el libro "El Archipiélago Malayo", publicado siete años después de su retorno a su terruño. Sus historias, reflexiones y descripciones abarcan mucho de lo que vio en las islas: su naturaleza, sus lenguajes, sus personajes, sus culturas y sus comidas. Una de aquellas comidas fue el misterioso fruto durián: “Comer durianes es una sensación nueva, por la cual vale la pena el viaje a Oriente”, les escribía a sus compatriotas para animarlos a que salieran de su propio archipiélago. Wallace también estaba fascinado por la diversidad de escarabajos, y en sus pasajes hace sentir que colectar nuevas especies fuese algo inevitable. De los más de 2,000 especímenes que colectó, 90% eran nuevos para la ciencia.
Cuando habla de Borneo, Wallace se toma su tiempo para hablar de sus experiencias al cazar orangutanes. A pesar del horror del eco de los disparos a través de los prístinos bosques tropicales, de los cuerpos que caen de los árboles y las lágrimas de los huérfanos, Wallace ofrece una descripción tan clara de la morfología del orangután que generó un verdadero debate sobre el tamaño y las proporciones de los animales de pelo rojo.
Entre las páginas de su libro también se encuentran descripciones detalladas del extraordinario contraste entre las plantas y animales que habitaban las distintas islas. Poco a poco, Wallace fue dándose cuenta que algunas islas tenían plantas y animales más emparentados con la flora y fauna asiática, mientras que las plantas y animales de las otras islas estaban más relacionados con los organismos australianos. Wallace fue buscando una forma de dividir las dos zona y, al final, fue capaz de trazar una línea entre la isla de Bali y la isla de Lombok, separadas por no más de 35 kilómetros de mar. Ambas islas pertenecen a Indonesia pero, como Wallace descubrió al trazar la línea que lleva su nombre, a los organismos no les interesa demasiado la geopolítica y sus divisiones.
Como con todo naturalista de la época, los fundamentos de la visión de Wallace son los inventarios de la biodiversidad –qué especies existen y en dónde se encuentran–, pero lo que hace la extraordinaria diferencia entre él y cualquiera de sus contemporáneos (y probablemente con cualquier naturalista de cualquier otra época) es que Wallace construyó estos fundamentos él mismo: isla tras isla, orangután tras orangután, escarabajo tras escarabajo, durián tras durián.
Bibliografía:
Con información y colaboración de Daniel Scantlebury, hombre de aventuras que estudia en la Universidad de Rochester. | "La vida animada de A.R. Wallace", una animación muy completa que celebra la vida de este gran naturalista. Nota en Historias Cienciacionales.