Algunos lectores se acordarán de una famosa canción de Botellita de Jerez donde cantan “Si lo mexicano es naco, y lo mexicano es chido, entonces [...] todo lo naco es chido.” Para quienes no la conozcan, o quieran recordar viejas épocas, la canción la pueden escuchar aquí; la frase en cuestión aparece en el minuto 2:50 (advertencia: partes de la letra no son muy políticamente correctas).
Cerebros que platican por medio del jazz.
Dizzy Gillespie, afamado trompetista de jazz, se sube al escenario del Royal Festival Hall en Londres y presenta a Paquito D’Rivera, su amigo saxofonista. “Un hombre joven que se ha vuelto un gran maestro en esta forma de arte originaria de Estados Unidos,” dice Gillespie, embarrando las palabras en el micrófono, “sólo que él es de la isla de Cuba”. Es 1989, y D’Rivera lleva casi una década fuera de la isla. Dizzy no deja de sonreir. El público aplaude y grita. Al tiempo que D’Rivera entra al escenario y pone su clarinete frente al micrófono, el piano de Danilo Pérez ha comenzado a levantar notas al vuelo. Durante los siguientes tres minutos, piano y clarinete juegan y dialogan, creando un elegante prólogo para la explosión de latin jazz que vendrá enseguida.
Veinticinco años después, el otorrinolaringólogo y neurobiólogo Charles J. Limb de la Universidad Johns Hopkins convoca a 25 pianistas de jazz a participar a un experimento inusual. Limb lleva varios años interesado en estudiar lo que ocurre en el cerebro cuando hacemos música. Siendo él mismo un jazzista, quiere entender qué ocurre en las cabezas de los músicos cuando tocan esta “forma de arte originaria de Estados Unidos”, que necesita tanto del rigor del virtuosismo técnico como de la libertad para improvisar. En su más reciente estudio, se pregunta acerca de lo que pasa en el cerebro cuando dos jazzistas “conversan” al tocar, alternándose para tocar frases improvisadas, en lo que se conoce como “intercambiar cuatros”.
En el Royal Festival Hall, el clarinete de D’Rivera y el piano de Pérez siguen conversando delicadamente mientras tocan Seresta. Paquito, al clarinete, infla los cachetes; Danilo, al piano, mueve la boca al tocar. No lo improvisan todo, pues están preparando la entrada del resto de la United Nations Orchestra. Sus notas comienzan a subir de intensidad, generando una escalada climática. Ya viene la orquesta.
En un cuarto del Centro de Investigaciones F. M. Kirby para la Generación de Imágenes Funcionales del Cerebro, de la Universidad John Hopkins, Charles Limb le pide a cada uno de los jazzistas voluntarios que se metan al escáner de resonancia magnética funcional con un pequeño teclado hecho de partes plásticas. Por medio de campos magnéticos, el neurobiólogo va a observar qué zonas del cerebro están recibiendo sangre cuando los músicos toquen en su pequeño instrumento. Interpretará esas imágenes para saber qué partes del cerebro están activas al tocar jazz. Esto ya lo ha hecho en otros experimentos (que te contamos ya en esta nota: http://historiascienciacionales.tumblr.com/post/47703362791/un-solo-de-jazz-con-resonador-magnetico-en-que), así que para éste quiere hacer algunas variantes. Desde el cuarto de control, él también estará tocando en un teclado electrónico, y se alternará con el jazzista dentro del escáner para crear frases improvisadas. Harán un intercambio de cuatros: el de adentro tocará cuatro compases de música improvisada, a los que el de afuera responderá con otros cuatro compases completamente nuevos, pero de algún modo relacionados con los del otro músico. No se trata de que simplemente esperen su turno para tocar. Se trata de que sus cerebros platiquen a través del jazz.
Veinticinco años antes, Paquito D’Rivera y Danilo Pérez llegan al clímax de su prólogo. Ahora toda la orquesta toca las frases finales de Seresta. Y sin dejar tiempo a que la gente aplauda, comienzan una nueva pieza, Samba for Carmen, en la que dos músicos de la Orchesta y el mismo Paquito harán gala de su maestría en el jazz latino. Primero, el trombonista Slide Hampton, de mirada dura y pelo blanco, protagoniza un solo que deja barrida la entrada para su compañero, el trompetista Claudio Roditi. Él, a su vez, conduce la pieza hasta la entrada de D’Rivera, que ha dejado el clarinete aparte y ha recogido su saxofón alto. A partir de ese momento, comenzará uno de los intercambios de cuatros más memorables en el jazz. Charles Limb sospecha que durante los intercambios, como aquel que ocurrió en el Royal Festival Hall en 1989, los jazzistas usan las mismas partes del cerebro que usan cuando platican con palabras, no con música. Sabe que tanto el lenguaje como la música se pueden considerar formas de comunicación con aspectos en común. “Unidades pequeñas (las notas en la música, los morfemas en el lenguaje) pueden combinarse para producir un número infinito de estructuras más complejas”, escribe en el artículo que publicará, con coautoría de otros cuatro investigadores, en febrero de 2014 en la revista PLOS ONE. Y tanto en los intercambios de improvisación en el jazz como en una charla hablada entre dos personas, hay procesos creativos sutiles y muy importantes. Cada vez que Limb conversa con sus invitados jazzistas para convencerlos de que se metan al escáner, está usando palabras que ya conoce, pero las combina en formas nuevas, de manera que responde con sentido, pero creativamente, a las dudas que pudieran tener los músicos. Al igual que cada uno de nosotros, Limb improvisa sus diálogos, pero les da sentido a la luz de lo que le dice su interlocutor. La sospecha de Limb es que cuando intercambie cuatros con los músicos, su cerebro actuará de forma parecida a como lo hizo cuando platicó con ellos. Ahora sí, comienza el intercambio de cuatros en el escenario del Royal Festival Hall. D’Rivera, Hampton y Roditi se lanzan poderosas frases con sus intrumentos. Es una conversación entre tres. Uno recoge la nota que el otro usó para acabar. Un solo tripartito. Hacen dos rondas de cuatro compases, que después se reducen a dos rondas de dos compases. Con ese cambio de métrica, el clímax de la pieza se vuelve inminente. Veinticinco años y algunos días después, Charles Limb y sus colegas analizan los resultados de su experimento. Las imágenes de resonancia magnética confirman las sospechas del neurobiólogo. Cuando los jazzistas entrelazan su creatividad con otro músico, se prenden algunas zonas del cerebro relacionadas con el lenguaje. Específicamente, se activan las áreas de Broca y de Wernicke. Al mismo tiempo, se activan otras zonas, relacionadas con el procesamiento musical. Sin embargo, Limb nota con atención que algunas otras regiones relacionadas con el lenguaje no se prenden, sino que se desactivan. Específicamente, el giro angular en el córtex parietal, conocido por estar involucrado en el procesamiento semántico (el procesamiento de significado) de palabras e imágenes. Limb concluye que en los intercambios de jazz los cerebros entienden la sintaxis, la estructura, de la música de sus interlocutores, pero no necesitan darle significado a esa música; al menos, no el tipo de significado que se le da a las palabras o a los símbolos. Es indudable que la música transmite mensajes, pero Limb ahora cree que esos mensajes no se deberían interpretar de la misma forma que se intepretan los mensajes con palabras. Aún más, para el neurobiólogo, estos resultados muestran que algunas zonas del cerebro usadas para el lenguaje no son exclusivas de esa actividad, sino que forman parte de un sistema general para la comunicación auditiva. Al final de la pieza en el Royal Festival Hall, toda la orquesta se une al diálogo. Otros instrumentos de viento, la batería, los timbales, el piano y la guitarra terminan juntos a la señal que hace con los brazos el músico cubano. Entre el aplauso del público, Dizzy Gillespie sale al escenario y dice los nombres de los conversadores: Paquito D’Rivera, Slide Hampton y Claudio Roditi, que han usado sus áreas de Broca y de Wernicke para charlar con notas musicales, como amigos que van y se cuentan historias en un bar. Por supuesto, el significado de esas historias será por ahora un misterio, al que, de acuerdo con Charles Limb, sólo podremos acercarnos si no tratamos de entenderlo con palabras.
Bibliografía:
Nota Fuente en Science | Artículo en PLOS ONE | Video de Dizzy Gillespie, Royal Festival Hall | Imagen | Nota Original en el Blog de Historias Cienciacionales
Tu corazón canta conmigo.
Podemos tomarnos de las manos, mirarnos a los ojos, divertirnos escuchando cómo desafina el de al lado, sentirnos parte de una familia y todo eso, pero resulta que cantar en un coro también es bueno para el corazón, según un estudio de la Universidad de Gothenburg.
Los autores del estudio, liderados por Björn Vickhoff, pusieron a cantar a 15 personas mientras les registraban el ritmo cardíaco. Luego de cantar una mantra meditativa en grupo o un himno cristiano, los cantantes habían sincronizado el ritmo de sus corazones. Los investigadores explican esto con el hecho de que en ocasiones el ritmo cardíaco de una persona se sincroniza con la respiración, cuando ésta es controlada y pausada, como la que sucede en el canto. Además, los corazones de los cantantes tenían más variación en sus ritmos, lo cual se sabe que es beneficioso para el corazón.
Los investigadores sabían de antemano que cantar en grupo produce efectos benéficos para el organismo, en esferas como la respuesta inmune o el estado emocional. Su estudio, publicado hoy en la revista Frontiers in Auditory Cognitive Neuroscience, aporta a esa gama de beneficios de una actividad musical grupal.
Nota fuente en New Scientist | Artículo original en Frontiers in Auditory and Cognitive Neuroscience