Caleb Holloway habla entre pausas. Recuerda frente a la cámara lo que vivió como técnico de piso sobre la plataforma petrolífera Deepwater Horizon, propiedad de Transocean, una de las mayores compañías contratistas de perforación profunda en el mar. Cuenta, a través de su propia historia, la de otros 115 hombres y mujeres que sobrevivieron, como él, al infierno que los sorprendió el 20 de abril de 2010. La voz calma de Caleb se va doblando poco a poco hasta que quiebra cual rama seca al relatar los últimos minutos de la plataforma, cuando él y otros sobrevivientes fueron rescatados de los botes salvavidas por un buque auxiliar de suministros. Los ojos vidriosos, la mirada perdida, Caleb guarda silencio.
Una verdadera maravilla de la ingeniería. “Un Hilton flotante”, lo llamaban: 41 metros sobre la superficie marina, el Deepwater Horizon se elevaba sobre dos enormes columnas que soportaban el peso de una torre de perforación y tres cubiertas con cuarteles para 146 personas –cada cuarto con su propio baño y televisión satelital–, gimnasio, sauna, sala de cine, lavandería, cocina, salas de máquinas y áreas de trabajo. ¿Quién hubiera pensado que, tras nueve años de su construcción y sólo uno de haber perforado el pozo petrolero más profundo en la historia, el Deepwater Horizon, diseñado para prevenir el desastre, habría de convertirse en el Titanic de las plataformas petrolíferas?
A las 11 de la mañana del 20 de abril de 2010, Caleb salió a la cubierta principal. La vista desde lo alto era impresionante, según recuerda. Poco podía saber entonces lo que ocurriría ese mismo día, cuando las manecillas de su reloj marcaran las 9:45 de la noche. David Barstow, David Rohde y Stephanie Saul describen el inicio del incidente en un reportaje que escribieron para The New York Times: “La peor de las explosiones destripó a Deepwater Horizon de proa a popa. Los miembros de la tripulación fueron ametrallados por fragmentos proyectados, lanzados a través de las habitaciones y sepultados bajo escombros humeantes. Los sobrevivientes, golpeados y aturdidos, semidesnudos y empapados de combustible, se arrastraron centímetro a centímetro en la total oscuridad hacia la cubierta de los botes salvavidas. La situación no estaba mejor allí.”
Para el 22 de abril, dos días después del accidente, la plataforma descansaba 1,500 metros bajo el mar. El saldo de la explosión había cobrado la vida de 11 trabajadores cuyos cuerpos nunca fueron encontrados. Pero el número de muertes no se detuvo. Al contrario: sigue subiendo cuatro años después.
Una de las preocupaciones inmediatas fue el impacto a la vida silvestre. Y es que el de Deepwater Horizon fue el derrame petrolero más grande de la historia: en pocos meses, los 4.2 millones de barriles de nata negra que se derramaron ese día a mar abierto habían teñido por completo las playas de Luisiana, Florida y Mississippi. El 16 de agosto se dieron a conocer las primeras evidencias de la escena del crimen: más de siete mil aves, tortugas y delfines muertos o agonizantes entraron a una lista de víctimas que se haría más extensa en los siguientes años. Tras el hallazgo de medusas teñidas de un café negruzco y grandes áreas de coral desprovistas de vida, las playas y líneas costeras pronto representaron el menor de los problemas. En junio, Richard Camili y Christopher Reddy, ambos del Instituto Oceanográfico Woods Hole, descubrieron que no toda la estela de petróleo había subido a la superficie –como esperaban las compañía responsables y los grupos ambientalistas. Una buena parte se había quedado lejos de la costa, escondida en las aguas profundas del Golfo de México. ¿Cómo evaluar, no digamos curar, una herida tan severa en el ecosistema? La respuesta es titubeante, pues diagnosticar la extensión del daño todavía es difícil de estimar. Esto no significa, por supuesto, que no hayan nacido esfuerzos importantes por hacerlo.
En abril el Golfo de México florea de vida. Muchas especies de peces y otros animales aprovechan el refugio de sus aguas templadas para desovar, y ese mes de 2010 no fue la excepción. Tras el desastre de Deepwater Horizon, una de las principales preocupaciones de los científicos era que el petróleo podría ser causa de efectos devastadores en las criaturas más jóvenes. Poco tiempo después, su miedo se hizo realidad. Andrew Whitehead, hombre de barba prominente y arrugas abismales, formó parte del equipo científico que reportó en 2013 las primeras anomalías en el desarrollo de peces nativos del Golfo, como malformaciones cardiacas, desoves retrasados y una menor supervivencia de embriones. ”Todo esto indica una intoxicación característica por petróleo”, explicó Andrew en su momento, “y es importante que la enmarquemos en el contexto del derrame del Deepwater Horizon ya que todavía es muy temprano para afirmar que los efectos de la marea negra son conocidos e intrascendentes”.
La caballería no se haría esperar. En febrero y marzo de este año se publicaron dos artículos que reafirman los hallazgos de la investigación de Andrew Whitehead y evidencian que el crudo derramado por la plataforma petrolífera hace cuatro años provoca defectos cardiacos en peces de gran importancia económica –como la serviola y el atún– al interrumpir un mecanismo molecular necesario para el latido normal de las células de su corazón. Los mismos componentes de este mecanismo, aseguran, están presentes también en otras especies, como el ser humano.
Estos son, hasta el momento, los avances científicos más recientes sobre los daños del infierno que llegó el 20 de abril de 2010 a la costa sureste de Luisiana, Estados Unidos. Lejos estamos aún de encontrar todas las piezas faltantes del rompecabezas. Algunas quizá yacen perdidas 1525 metros bajo el mar, donde no será fácil buscarlas. Pero si de algo podemos estar seguros es que el último respiro del Deepwater Horizon no sólo terminó con la vida de los 11 compañeros de Caleb Holloway. También robó el aliento de muchos otros organismos igual de inocentes.
Bibliografía:
Artículo Fuente | Nota Fuente | Artículo en Nature | Nota en New York Times | Nota original en el Blog de Historias Cienciacionales.